lunes, 19 de julio de 2010

El primer crimen de la serie.

Ante todo, debo decir que no soy un psycho killer. No practico violaciones, no disfruto mirando a los ojos de una víctima mientras muere, ni cosas de esas. Ni siquiera mato por el placer de matar. Lo hago porque me he fijado ese objetivo, como supongo que podría haberme fijado cualquier otro. Es mi afición. Otros aprenden a tocar la guitarra. Yo, Genaro Silva, mato.

Pensarás igualmente que el propio hecho de poner negro sobre blanco toda mi historia como asesino en serie, dando incluso mi nombre (real) y multitud de detalles sobre mí, rompe una de las más elementales reglas escritas anteriorente, y así es, pero a su debido tiempo entenderás que a estas alturas ya poca importancia tiene, tío, o tía.

Pasé varios meses viajando, pensando, buscando métodos y objetivos. No víctimas, que esas las pondría el destino. Me preocupaba el cómo, el cuándo y el dónde. De entre las ideas que tuve, opté por empezar con la más sencilla. Era absolutamente consciente de mi inexperiencia, y eso me llevó a elegir el menos arriesgado de los métodos.

El éxito fue arrollador, mucho más de lo que hubiera podido imaginar. Empezaré por el principio:

Se me ocurrió durante un paseo por una carretera secundaria que une las provincias de Lugo y Orense, una carretera jodidamente endiablada entre montañas, estrecha y mal asfaltada. Tenía muy poco tráfico, apenas me crucé con un par de coches durante varios kilómetros. Iban demasiado rápido para la velocidad a la que es aconsejable circular por una carretera como aquella. La conocían de memoria, sin duda, y eso les generaba cierta seguridad. Así pensé.

Como muchas de las antiguas carreteras gallegas, estaba llena de curvas, algunas muy cerradas. En algunos tramos, la carretera se cerraba con un pequeño muro de piedra de menos de medio metro de altura, que no resistiría el más leve golpe. Tras el muro, el vacío, un precipicio, la ladera de una montaña salpicada de árboles y rocas. Calculé que la caída sería de unos 50 metros en algunos puntos. Y siguiendo una costumbre muy nuestra, por aquí y por allá se veían cruces, en aquelos puntos en los que un accidente automovilístico había provocado una o varias muertes. Elegí una curva especialmente cerrada y mal peraltada, y memoricé las coordenadas que marcaba mi GPS.

Matar es fácil, tremendamente fácil. Creo que una novela de misterio tiene ese título. Puede que sea de la señora aquella inglesa, no recuerdo ahora su nombre.

Varios días después entré en un almacén de ferreteria, en Zamora. Compré dos grandes botes de grasa de 25 kg., 50 en total. Una barbaridad. Me hice también con un par de buenos guantes de jardinería.  Pagué en metálico. Recuerdo que un señor muy mayor que se encontraba tras de mí, en la cola de la caja, trató de entablar una convesración conmigo. Lo despaché con amabilidad. Un empleado de la ferretería se ofreció a ayudarme a transportar la grasa. Decliné amablemente, pues no quería que nadie se fijase en mi coche.

Pasé todavía unos días imaginando cómo lo haría. Debo confesar que eso me entretuvo bastante. Es subidón de adrenalina que te viene mientras planeas un crimen es indescriptible, solamente mejorado por el momento en que lo cometes.

Aquel día madrugué. Siguiendo con rigor el plan previsto, conduje hasta León. Allí aparqué mi coche en un centro comercial. Alquilé otro vehículo, uno discreto y lo llevé hasta el mismo parking, donde cargué los botes de grasa y los guantes en el maletero. Antes de salir de casa había tomado la precaución de  abrir los botes (una operación que podía llevar unos minutos preciosos)  y los volví a tapar sin presionar demasiado el cierre.

Tras parar en Benavente a comer en un restaurante frecuentado por viajantes y camioneros, estuve toda la tarde conduciendo. Quería recorrer muchos kilómetros, como si hubiera hecho un viaje muy largo.
Cené en Lugo, en un MacDonald's, también en un centro comercial, y me dirigí sin prisas, dando un largo rodeo, al lugar elegido, al que llegué a eso de las dos de la madrugada. No tenía ya a esas alturas ninguna duda de que sería capaz de hacerlo.

No había tráfico en la carretera, como yo esperaba. Detuve el coche unos pocos metros pasada la curva. En ese momento debía actuar con extrema rapidez, pues era el instante de riesgo. Yo había calculado que la operación no me llevaría más de un minuto. El corazón comenzó a latirme a una velocidad desmesurada mientras bajaba del coche y abría el maletero. Me puse los guantes, cogí el primer bote de grasa y rectrocedí hasta el punto en que la curva, casi una u, cambuaba de dirección. Volqué el bote, pero la grasa no caía. Era demasiado espesa. Durante un instante estuve a punto de desistir y replantearme la operación, pero decidí seguir. Presté atención y no escuché ruido alguno. Ningún oache se acercaba. Con las manos, comencé a vaciar el bote. Para mi fortuna, los guantes cubrían al menos la mitad de la distancia que va del codo a la muñeca. Traté de esparcir la grasa por  la mayor superficie posible. Terminada la operación volví al maletero abierto y tomé el segundo bote. Empecé a sentir verdadero temor a que se acercara un coche antes de tiempo, así que acabé como pude, dejando los 25 kg. de grasa repartidos en varios montones. Calculo que todo el proceso me llevó algo más de cinco minutos, mucho más de lo planeado. Los botes vacíos y los guantes estaban totalmente manchados de grasa, por lo que meterlos de nuevo en el maletero, tal como había planeado, no era una opción. No podría devolver un coche alquilado en esas condiciones. Estaba saliendo todo al revés. Todo mal. Incluso sacarme los guantes supuso una gran complicación.

Oí a lo lejos el ruido de un motor. Como pude, metí los guantes dentro de uno de los botes, lo tiré todo por la pendiente, me metí en el coche y salí del lugar a toda prisa. Me crucé a los pocos metros con un taxi. A mis espaldas oí un golpe seco, el que produjo el taxi al golpearse contra el murete de piedra y al cabo de pocos segundos otro mucho mayor. El taxi, supuse, estrellándose pendiente abajo contra una roca. Diez minutos después me crucé con una furgoneta.

2 comentarios:

santano dijo...

Glub, la escritora inglesa era ´´La Gata Triste´´
Creo que en este 1er. crimen quedaron varios cabos sueltos, la grasa, los guantes(seguramente con huellas), la flagoneta que, seguramente te vió...
Este Serial Killer es poco Serious Killer, o sea, un poco chapuzas

Rodrigo Cota dijo...

Paciencia, querido Santano. Apenas estamos comenzando. Non poñas o carro diante dos bois.