miércoles, 21 de julio de 2010

Retrato robot de un asesino.

En cuanto oí la noticia en la radio tuve algo más que una corazonada. Una certeza. Todos los vehículos que pasaron por aquella curva acabaron estrellados pendiente abajo. 50 kilos de grasa untados sobre el asfalto.

Inmediatamente me vino a la cabeza el recuerdo del chico aquél, en la cola de la ferretería, un mes atrás. Un niñato ricachón, bien educado, buenas maneras, trato afable, acento gallego. Llevaba un polo Lacoste, zapatillas de marca recién estrenadas, jersey al cuello, pantaloncitos de niño bien.

- Mucha grasa lleva usted, joven- le pregunté, por decir algo.
- Sí, son para un taller de mecanizados- se puso colorado, pestañeó, miró hacia la izquierda. Ese no había pisado un taller de mecanizados en su vida. Ese no sabía lo que era un torno. Manos delicadas, media melena rubia repeinada. Mentía.

Pagó en efectivo, y se negó a recibir ayuda. Yo pagué el pincel, con el que habría de barnizar un caballito de madera que hago para mi bisnieto. Le gustan las figuras de caballitos.

Salió cargando un bote en cada mano. Demasiado peso para él. Tuvo que detenerse un par de veces para recorrer los escasos veinte metros que mediaban de la puerta hasta su coche, un flamante deportivo de dos plazas. ¿Por qué demonios había mentido? Sólo estaba comprando grasa y un par de guantes.

En cuanto escuché la noticia me acordé del niñato. Cinco coches, uno de ellos un taxi; una motocicleta y una furgoneta. Siete vehículos en total se habían despeñado por aquel barranco. Nueve muertos y cuatro heridos, tres de ellos graves.

La radio decía: "Una gran mancha de grasa responsable de..." Gilipolleces. La grasa no tiene responsabilidades.

En 1958 fui el primer policía que se quedó a solas con Jarabo en la sala de interrogatorios. Llevo treinta años jubilado, tengo 94 ya. A mi edad no se tienen prisas. Me puse la dentadura, bajé a desayunar, y avisé a la enfermera de que saldría durante una hora. Que tengamos libertad de movimientos no significa que no debamos reportar nuestras salidas. Es un buen asilo, y se preocupan por nosotros. Varios compañeros me preguntaron a dónde iba.

- A comprar un pincel- respondí.
- ¿Otro pincel?
- Sí, otro pincel.
- Vaya, vaya. Otro pincel- dijo alguno, pensativo-, otro pincel, otro pincel, otro...

Enfermedades degenerativas. Te funden el cerebro.

Me dirigí caminando al almacén de ferretería. Medio kilómetro de un tirón, una proeza. Así me mantenía en forma.  Al llegar al almacén me senté en un escalón, en la entrada, durante un buen rato, para recuperar el resuello. Entonces me levanté. recorrí pausadamente los pasillos, elegí un buen pincel y una pequeña lata de barniz.

Seguí dando vueltas, buscando los botes de grasa. Por fin los encontré. No había muchas marcas que se suministrasen en botes de 25 kilos. Reconocí al momento la grasa que comprara el niñato. Llamé a un empleado, por señas. Se acercó solícito.

- Muchacho, por curiosidad, ¿esta grasa es industrial, sirve para engrasar maquinaria?
- Depende la máquina, señor.
- Un torno, una fresadora...
- ¡Oh, no! Es demasiado mala para eso. Nosotros la tenemos en botes de 25 kilos porque se la suministramos a un taller de chapa que hay por aquí cerca. La utilizan para proteger del óxido partidas de hierro que tienen almacenadas al aire libre. Yo no intentaría engrasar una buena máquina con esta porquería.

Pagué mi compra y llamé al radiotaxi. Había caminado demasiado ya.

Era obvio que aquel niñato me había mentido, lo era para mí desde aquel día en que había coincidido con él en la cola de aquel mismo almacén. Pero como buen profesional que había sido, aquella comprobación era necesaria. Estaba hecha.

La noticia siguió coleando durante días. El niñato estaría encantado.

No hay comentarios: