miércoles, 14 de julio de 2010

Cómo me convierto en Serial Killer.

La decisión fue perfectamente razonada. No hay un porqué, pero sí un cómo.

Simplemente, un día comprendí que yo tenía el perfil del perfecto asesino en serie. Simplemente, mis hábitos de vida podrían permitirme cometer crímenes sin ser descubierto. Vivía yo la mayor parte del año en una casa aislada en el monte. Ocasionalmente me desplazaba hasta la ciudad, donde mantenía un piso, heredado de mis padres como la casa. Mi vida social se reducía prácticamente a la nada. No por ser una persona antisocial o huraña, aunque sí me definiría como un tipo solitario. Mi trabajo se desarrollaba desde el ordenador, lo que me permitía hacerlo desde cualquier sitio.

No tengo casi familia: ni padres, ni hermanos. Algunos tíos, con hijos de mi edad, a los que por aquel entonces veía en bodas o entierros, ceremonias o festividades en las que mi presencia nunca era requerida con especial énfasis ni mis ausencias parecían muy notorias.

Gozaba de cierto desahogo económico. Mis padres, ambos muertos prematuramente, me habían dejado una pequeña fortuna que yo completaba con mis labores como traductor de textos.

Debo dejar claro que no tengo, que yo sepa, alma o mente de psicópata. Nunca había tenido deseos o necesidad de matar, jamás fui maltratado en modo alguno, nunca gocé siendo niño decapitando lagartijas. De hecho, y por extraño que parezca, siento aversión ante cualquier tipo de violencia, sí, por extraño que parezca.

¿Por qué, entonces, decidí convertirme en un Serial Killer? No tengo la menor idea. Sé que un día, de alguna manera, comencé a pensar en ello.

Nadie seguía mis movimientos; podría desaparecer durante meses sin que se notara mi ausencia. Algún antiguo amigo, ocasionalmente un ex-compañero de instituto o de facultad, o alguno de mis tíos o primos me llamaban para interesarse por mí o para invitarme a una de esas fiestas anuales.

Tampoco con todo ello quiero decir que mi vida fuera aburrida. No lo era. Así era como yo quería vivir. En mi trabajo, en la lectura, en el cine, encontraba todas las distracciones que necesitaba. También practicaba algo de deporte para mantenerme en forma, aunque jamás deportes que necesitaran un equipo o un rival: senderismo, ciclismo de montaña. Muchas veces, simplemente comenzaba a correr durante horas o a cortar leña hasta que ya no podía más.

No tenía ni tengo a nadie a mi servicio. Me desempeño perfectamente en la cocina, mantengo la casa limpia; y la finca, a pesar de su gran tamaño, no requiere muchos cuidados: Robles y castaños, principalmente, y algún pino. También algunos frutales. Las podas correspondientes y dedicar algún tiempo, de cuando en vez, a retirar ramas y hojas que caen. Los montes en Galicia viven así, solos. Nada de viñas, césped ni setos o cualquier otro elemento vegetal que requiera trabajos de jardinería.

La finca se encuentra cerrada, desde tiempo inmemorial, por un muro de piedra de tres metros de altura. No tengo vecino alguno a la vista y el pueblo más cercano, al que casi nunca acudo, se encuentra a varios kilómetros de distancia. Hago la compra en un centro comercial, al que acudo una vez por semana o cada dos semanas, cuando aprovecho para acercarme a la ciudad para ventilar mi piso, en el que paso alguna noche. Mi vida, por tanto, era satisfactoria, pues eso exactamente es lo que yo entiendo que es una vida plena.  Tampoco he buscado jamás una relación duradera. Una mujer rompería aquella perfecta armonía.

Volviendo al principio, de alguna manera llegué un buen día a la conclusión de que yo sería un perfecto asesino en serie. No por considerar que tenía especiales aptitudes para ello. Tampoco tenía un móvil. Pero tenía la cobertura.

Como mucho, por buscar una explicación, quizás podría pensar que no tenía entonces una meta en mi vida, aunque esa es una reflexión que hago hoy, a posteriori. Puede que fuera ese el motivo. Tampoco fue una decisión repentina, sino algo que fue surgiendo por sí mismo, con una cadencia quizás deseada y sin duda premeditada.

No hay comentarios: