lunes, 15 de noviembre de 2010

Me basto y me sobro

Las cosas se presentaron más complicadas de lo que yo preveía. Casi todos aquellos que habían sido mis compañeros en el Cuerpo estaban muertos; el resto, jubilados, mostraron un absoluto desinterés en prestarme ayuda. No tenía contactos ya, y un par de llamadas que hice presentándome como un antiguo inspector de la época de los grises apenas provocaron una carcajada en el primero de los casos y una igualmente irrespetuosa respuesta previa al abrupto corte de la comunicación en el segundo.

No tuve más remedio que entenderlo. Un anciano ex-policía franquista contando batallitas sobre Jarabo y anunciando conocer a un asesino en serie no merece credibilidad alguna. Yo hubiera actuado de igual manera en mis tiempos. Y me hubiera equivocado.

Mi convicción de que me encontraba ante un asesino en serie era algo más que el fruto de una corazonada. En el asilo sobran los periódicos y pasamos horas escuchando la radio y viendo la televisión. También tenemos un ordenador, aunque nadie sabe usarlo. Durante las semanas siguientes al múltiple crimen de la grasa, estuve muy pendiente de las crónicas de sucesos. En realidad siempre lo hacía, pues jugar a las damas con los inútiles de mis compañeros no requería, ni mucho menos, toda mi concentración. Pero, convencido de que el gilipollas al que me había encontrado en aquella cola en la caja de la ferretería no había tenido móvil alguno para provocar el crimen, estaba seguro de que aquel no sería el último de sus asesinatos. Así, escuchaba y leía las noticias buscando patrones que se correspondieran con aquel acto demencial. Pasaron varios días en los qe yo esperaba conocer un nuevo accidete múltiple provocado, sinn resultado.

Entretanto, llamé a la Guardia Civil. Pensé que dando los datos de los que disponía estarían interesados en hacer un retrato-robot del sospechoso. No me hicieron ni caso. Ni siquiera al mencionarles la marca de la grasa industrial, un dato que ellos debían de conocer a esas alturas, mostraron el menor interés.

- No se preocupe, abuelo -me dijeron-. Usted descanse, que ya nos encargamos nosotros.

Tampoco había nada que hacer por ese lado, así que me encontré atascado, jugando a las damas tarde tras tarde, dejando ganar a mis rivales y siempre pendiente de las noticias.

Un día me llamó la atención el caso de un envenenamiento por cocaína adulterada en una discoteca de Madrid. No tenía nada que ver, a priori, con el múltiple accidente de Galicia, ni en los métodos empleados ni en la localización del suceso, pero sí tenían algo en común: la aleatoriedad de las víctimas, cierto grado de preparación y, sobre todo, el hecho de ser un crimen cometido desde la distancia. Al asesino no le gustaba presenciar la muerte de sus víctimas. Guardé varios recortes que hablaban del suceso y decidí viajar a Madrid para investigar el caso. Me puse ropas juveniles y así,  caracterizado como un muchacho, me presenté a las puertas de la discoteca.

1 comentario:

SANTA COMPAÑA dijo...

GLUB, Esto tiene buena pinta.
Lento, estamos esperando desde Septiembre, pero me gsuta como se va armando el argumento.
Seguimos esperando.